A un nivel muy básico, para funcionar correctamente, las personas de una organización tienen que ser capaces de entenderse lingüística y culturalmente; de colaborar, compartir conocimientos, aprender nuevas habilidades, innovar juntas y trabajar al máximo con clientes y proveedores externos.
Los empleados están más ávidos que nunca de un mayor desarrollo profesional que aporte oportunidades y satisfacción a su vida laboral. Incluso cuando hay posibilidades de desarrollo, el acceso al mismo depende a menudo del dominio del idioma, lo que perjudica las perspectivas de los empleados y, en última instancia, también limita a la organización y su capacidad para liberar (y retener) el potencial de su fuerza laboral.